Yo sí que necesitaba huir

 
Yo si que necesitaba huir para encontrarme.
Nunca pretendí alejarme de olor de casa,
de las noches con vino blanco en la cocina,
de comidas para diez cualquier domingo.
Del estar, sin estorbar, para lo que haga falta.

Pero necesitaba huir de una ciudad
que se vestía de fiesta cada día.
Donde el anonimato era un espía chivato,
donde todo se escribía sin sorpresas ni reglones torcidos,
y la salvación se escondía siempre en la orilla contraria del pisuerga.

Quizá me fui corriendo para no fracasar,
para ser otro el que llamase desde casa,
para hacer realidad el sueño de vivir las letras a mi modo,
y secuestrarte en quimeras imprecisas.

Resultó que tu huías de la misma ciudad
para evitar que se marchitaran tus sonrisas
y acabamos bebiendo utopías a los pies de un salvavidas que nos era ajeno.

Nunca consideré que nos equivocáramos,
a pesar de que no supimos rematar a los fantasmas
que atropellamos antes de salir a la autovía.

Y ahora que regreso para recordarme,
me doy cuenta de que necesitaba huir para volver,
para ser el de siempre siendo otro.
Para dejar de huir de mis manías,
abrazarte más fuerte cuando regresas a casa,
y respirar la libertad de crecer contigo.


 *Inspirado en el poema de Mª Helena del Pino “Nunca quise escapar de esta isla”

Siete años después del primer beso



El último recuerdo que tengo de ti, trata de días de domingo,
sabanas revueltas, alguna borrachera y muchas risas en el desayuno.
De ropa dos tallas más grande, de sofás con manta,
y de sueños de besar como Ingrid Bergman.

También recuerdo alguna lágrima cuando tus maletas esperaban en la puerta
el tren que no llegaba y que te llevaría al futuro, y que te alejaría del presente.
La última vez que hablamos me dijiste, que deseabas olvidarme como fuera,
por el miedo a enamorarte para siempre.

Traté de retenerte aquella noche, mientras la calle se vestía de nieve y fiesta.
Tú trazabas huidas imposibles en los posos de aquel café recalentado y acabado,
que se parecía, según dijiste, a nuestro futuro.

Siete años después del primer beso, encontré tu foto en una revista que hablaba
de famosos y escándalos. Decían que serías la nueva Audrey Hepburn,
que llorabas mejor que nadie en la pantalla, y que tus sonrisas dolían más que mil puñales.
No decían que parecías triste (pues ganabas demasiado), y nadie preguntó porqué.

Te fui a ver a aquella alfombra roja, que tapa adoquines sucios vistiéndolos de gala.
Sé que me reconociste entre los miles de hombres que deseaban tus labios y tu sexo,
no me dijiste nada, y entraste algo más triste por la puerta grande. 
Aquella noche ganaste tu primer goya, sonreíste como nunca, pero yo sé que llorabas.

Foto de Mar Argüello Arbe


De cicatrices y finales



No debí preguntarte por aquellas fotos de familia
que nunca colgaron de tus paredes.
Ni por los peluches que recuerdan una infancia
que nunca tuviste.

No debí hablarte en aquel bar, pensando
que serías una chica cualquiera.
Ni invitarte a la última copa en mi casa,
mientras el alba bañaba las aceras.

No debí hacer nada de eso, para no ver más allá
de los miles de piercing que adornaban tu cuerpo,
Para no oírte llorar a escondidas lamentando
que el sexo sea sólo la forma de salir huyendo.

Y no debí hacer nada de eso porque ayer me enteré
que tu pasado eran cicatrices y heridas.
Que yo fui el único que te quiso, aunque fuese una noche,
antes de que saltases desde aquella azotea.