Escrito en el margen de un libro

Me despierto y te miro,
mientras la ciudad amanece con pereza
y el tráfico ahoga los sueños.

Las calles languidecen,
los días e agolpan y aglutinan,
tardes demasiado pesadas

Te necesito,
pues creo que sin ti,
esta vez naufragaré sin remedio.

Reflexiones de un librepensador

Librepensamiento:
Doctrina que reclama
para la razón individual
independencia absoluta
de todo criterio sobrenatural”

Los diez mandamientos del Librepensador

No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti.

Esfuérzate siempre al máximo.

Trata a los seres humanos, a los seres vivos, y al mundo en general con amor, honestidad, lealtad y respeto.

No pases por alto la maldad ni te acobardes al administrar justicia, pero disponte siempre a perdonar el mal hecho libremente admitido y honestamente arrepentido.

Vive con un sentido de alegría y admiración. Disfruta de tu vida, respetando lo que otros hagan en su disfrute.

Busca siempre aprender algo nuevo.

Prueba todas las cosas; revisa siempre tus ideas frente a los hechos. Duda

Respeta siempre el derecho de los demás a estar en desacuerdo contigo.

Fórmate opiniones independientes en la base de tu propia razón y experiencia; no te permitas ser manejado a ciegas por otros. Concibe siempre tus reglas.

Cuestiónalo todo.

Madrid, a 6 de junio de 2011

Pequeña Libertad,

Me levanto perezoso y salgo a la calle. Mecánico, como los ejes de esta ciudad que nos acoge tímidamente. A penas he aterrizado y te confieso que tengo miedo de sentirme perdido. De que tu sonrisa, estés donde estés, quede eclipsada por las prisas y el ruido de vehículos. Me levanto a esas horas en las que los autos se desperezan abriendo tímidamente sus ojos a la carretera. Y tu duermes, seguro; y temo que al dejar tu recuerdo en casa, queden sin sentido mis pasos. Y se alejen todos los sueños trazados mientras nos amábamos en silencio.

Temo que se te quede pequeño el mundo, que añores y eches de menos otros lugares, otras compañías. Y que nos olvidemos de cómo querernos y de como hacernos sonreír. De las caricias y los besos furtivos, de la vida en común que intentábamos construir. Puede que esté cansado, o sea el calor de la ciudad subterránea de dragones y prisas que me altera los nervios y el corazón. Puede que aún no hayamos tenido un minuto para el café, el mate, el té, o el ron entre los recuerdo o las vigas de casas derruidas.

Sólo quería decirte que a pesar de los días cortos y el cansancio, de los madrugones y los paseos estresantes, a pesar de los miles de detalles que se nos hacen montañas de problemas, trataré de ser feliz como siempre quisiste, quizá demasiado feliz para los tiempos que nos ha tocado vivir.

Cuídate mucho,

Guille.

La única noche que nos amamos


-Baila conmigo -me dijo mientras dejaba suavemente la copa de vino tinto sobre la mesita cercana al balcón- Esta noche lo merece, puede que sea la única que lo merezca.

Adivinaba en sus ojos aquella mirada triste. Aquellos ojos cansados que nunca decían nada, y lo decían todo. En aquella época no era el tipo más observador, y todavía creía que las heridas se podían curar, y las cicatrices sólo eran una poética manera de decir que alguna vez amamos. Sus pupilas eran un torrente de sensaciones, y yo aparte la vista hacia el cielo negro que amenazaba tormenta. Las calles cobraban un cariz diferente, entre luminoso y gris, entre cansado y espectante, y la ciudad poco a poco se teñía de otros tiempos.

-Sabes que no sé bailar, y odio hacerlo. Además, no encuentro motivos para hacerlo.

-Hazlo porque yo te lo pido. Por que el tiempo está cambiando y el norte no se encuentra en el mismo lugar.

Yo deseaba beber de su cuerpo, de sus labios. Decirle que el mundo se hundía y que poco a poco se agotaban todos los minutos que alguna vez nos dieron tregua. Ella miraba el mundo con los ojos apagados, como si allí no quedase nada que salvarse, y esa noche fuese la única diferencia entre estar muertos o vivos.

-Además, ¿Qué sería de una revolución sin un buen baile? -dijo en un suspiro con la voz quebrada, y pareció entristecerse infinitamente.

Me dio la espalda y abandonó el balcón, haciendo que todo perdiese importancia, y que la lenta muerte que experimentaba el mundo fuese sólo una anécdota curiosa dentro de una rutina demasiado pesada. Puso un disco de música, y en el sonó aquella vieja canción que me recordaba a otros tiempos viejos y hermosos como sólo pueden serlos las cosas que son eternas. Dejó la copa de vino y me dirigió una mirada de esas que no se aprenden. Muchos siglos tendrían que haber pasado para que en una mujer como aquella se refugiase en aquella mirada, que hizo que por un segundo me sintiese perdido. Yo me acerqué despacio, imitando a todos los galanes que alguna vez existieron, y la agarré de la cintura, a la vez que la contemplaba sin prisa.

-Quizá el mundo no sea un lugar tan maravilloso -lamentó.

-Siempre fue el mismo lugar -le dije- pero hubo una vez que los actos como estos lo salvaban. Esa es la diferencia entre el antes y el ahora. Antes importaban las cosas. Ahora... ahora simplemente pasan.

-Entonces, puede que esta noche, mientras todo arde, seamos los únicos capaces de salvarlo.

Me dejé llevar por aquellos pechos firmes, aquellas caderas ligeras, delicadas, y esas manos que me rozaban como si todos los pequeños gestos tuviesen la mayor de las importancias. Yo me sumergí en sus delicadas caricias, y acaricié su piel como la seda más pura, y la desnudé con cuidado, pensando que los peores fracasos alguna vez fueron las mejores historias, pero alguien se empeñó en romper momentos como aquel, en los que entre dos cuerpos sólo distan los besos que faltan por dar.

Puede que al final, tras tanto tiempo viendo caer el mundo, morir lentamente mientras nadie hacía nada por salvarlo, aquellos ojos tristes y esa voz melancólica fuesen lo más cerca que estaba de salvarme. Y, pensándolo bien, puede que aquella noche, la revolución estuviese entre nuestras sábanas.

La única noche que nos amamos

- Baila conmigo -me dijo mientras dejaba suavemente la copa de vino tinto sobre la mesita cercana al balcón- Esta noche lo merece, puede que sea la única que lo merezca.

Adivinaba en sus ojos aquella mirada triste. Aquellos ojos cansados que nunca decían nada, y lo decían todo. En aquella época no era el tipo más observador, y todavía creía que las heridas se podían curar, y las cicatrices sólo eran una poética manera de decir que alguna vez amamos. Sus pupilas eran un torrente de sensaciones, y yo aparte la vista hacia el cielo negro que amenazaba tormenta. Las calles cobraban un cariz diferente, entre luminoso y gris, entre cansado y espectante, y la ciudad poco a poco se teñía de otros tiempos.


- Sabes que no sé bailar, y odio hacerlo. Además, no encuentro motivos para hacerlo.

- Hazlo porque yo te lo pido. Por que el tiempo está cambiando y el norte no se encuentra en el mismo lugar.


Yo deseaba beber de su cuerpo, de sus labios. Decirle que el mundo se hundía y que poco a poco se agotaban todos los minutos que alguna vez nos dieron tregua. Ella miraba el mundo con los ojos apagados, como si allí no quedase nada que salvarse, y esa noche fuese la única diferencia entre estar muertos o vivos.


- Además, ¿Qué sería de una revolución sin un buen baile? -dijo en un suspiro con la voz quebrada, y pareció entristecerse infinitamente.

Me dio la espalda y abandonó el balcón, haciendo que todo perdiese importancia, y que la lenta muerte que experimentaba el mundo fuese sólo una anécdota curiosa dentro de una rutina demasiado pesada. Puso un disco de música, y en el sonó aquella vieja canción que me recordaba a otros tiempos viejos y hermosos como sólo pueden serlos las cosas que son eternas. Dejó la copa de vino y me dirigió una mirada de esas que no se aprenden. Muchos siglos tendrían que haber pasado para que en una mujer como aquella se refugiase en aquella mirada, que hizo que por un segundo me sintiese perdido. Yo me acerqué despacio, imitando a todos los galanes que alguna vez existieron, y la agarré de la cintura, a la vez que la contemplaba sin prisa.


- Quizá el mundo no sea un lugar tan maravilloso -lamentó.


- Siempre fue el mismo lugar -le dije- pero hubo una vez que los actos como estos lo salvaban. Esa es la diferencia entre el antes y el ahora. Antes importaban las cosas. Ahora... ahora simplemente pasan.


- Entonces, puede que esta noche, mientras todo arde, seamos los únicos capaces de salvarlo.


Me dejé llevar por aquellos pechos firmes, aquellas caderas ligeras, delicadas, y esas manos que me rozaban como si todos los pequeños gestos tuviesen la mayor de las importancias. Yo me sumergí en sus delicadas caricias, y acaricié su piel como la seda más pura, y la desnudé con cuidado, pensando que los peores fracasos alguna vez fueron las mejores historias, pero alguien se empeñó en romper momentos como aquel, en los que entre dos cuerpos sólo distan los besos que faltan por dar.

Puede que al final, tras tanto tiempo viendo caer el mundo, morir lentamente mientras nadie hacía nada por salvarlo, aquellos ojos tristes y esa voz melancólica fuesen lo más cerca que estaba de salvarme. Y, pensándolo bien, puede que aquella noche, la revolución estuviese entre nuestras sábanas.